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Traducido de Spartacist (Edición en inglés) No. 67, agosto de 2022.

Desde el brote de la Covid-19 en 2019, China ha sido escenario de algunos de los confinamientos más brutales y distópicos del mundo, con decenas de millones de personas encerradas semana tras semana, sin artículos de primera necesidad y bajo represión policiaca constante. También ha sido el escenario de la movilización más impresionante de recursos para combatir el virus: se aumentó de manera espectacular la producción de equipo de salud, se construyeron hospitales en cuestión de días y miles de personal médico fueron trasladados a áreas de crisis.

Esto enfatiza la naturaleza profundamente contradictoria de China, que no es un estado capitalista sino un estado obrero burocráticamente deformado. Por un lado, el estado todavía descansa sobre las conquistas de la Revolución de 1949, la cual liberó al país del imperialismo y estableció una economía planificada. Por el otro, el país es gobernado por una casta burocrática dirigida por el Partido Comunista Chino (PCCh) que oprime a la clase obrera y mina estas conquistas. Con el constante incremento de las amenazas militares y económicas en contra de China por parte de EE.UU. y sus aliados, y con las contradicciones sociales dentro del país acercándose al punto de ebullición, es más importante que nunca que los marxistas tengan un entendimiento correcto de China y que luchen por un programa en la pandemia que avance la causa de los obreros chinos, así como de la clase obrera internacional entera.

Hasta ahora, la izquierda marxista ha fracasado por completo en esta tarea. Durante la primera fase de la pandemia, la política “cero Covid” del PCCh de confinamientos estrictos, prohibiciones de viajes y pruebas masivas, fue el modelo para la izquierda entera, desde los estalinistas a los socialdemócratas y los supuestos trotskistas. Mientras las clases capitalistas en decadencia de todo el mundo eran totalmente incapaces de hacer nada de manera adecuada, la burocracia china fue aclamada internacionalmente por mostrar el camino. La Liga Comunista Internacional no fue la excepción, y vale la pena citar extensamente lo que escribimos en “China Mobilizes to Contain Coronavirus” (China se moviliza para contener el coronavirus, Workers Vanguard No. 1171, 6 de marzo de 2020):

“A pesar de la inercia burocrática y los encubrimientos descarados iniciales, Beijing ha realizado esfuerzos hercúleos de contención a través de cuarentenas, un confinamiento regional de unas 60 millones de personas, la severa limitación de viajes y el cierre de fábricas y escuelas en gran parte del país.

“El gobierno chino también ha asignado importantes recursos médicos y de otros tipos para combatir la enfermedad. Estas medidas parecen haber tenido cierto éxito y la tasa de casos nuevos dentro del país ha comenzado a disminuir. El jefe de la delegación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que visitó Wuhan y otras ciudades de China elogió su ‘enfoque de todo el gobierno y toda la sociedad’ como ‘probablemente el más ambicioso y ágil’ de la historia...

“Así, estas medidas tomadas por China para combatir la Covid-19, aunque tardías, han sido vitalmente necesarias”.

Estas líneas no son más que un apoyo acrítico a las políticas del PCCh. Acrítico, dado que nuestras únicas críticas de la burocracia fueron que sus medidas eran “tardías” y después de intentos de encubrimiento, pero cuando “Beijing” (es decir, el gobierno central) por fin se movió, nuestras diferencias se desvanecieron. De manera grotesca, el artículo confía en la OMS, un brazo de la ONU imperialista, para alabar al PCCh. Repudiamos este artículo, el cual fue una traición a los principios trotskistas.

Si bien los países capitalistas se han alejado de los confinamientos hacia una estrategia de “convivir con el virus”, el PCCh se mantiene firmemente apegado a su reaccionaria estrategia de “cero Covid”. Esto ahora provoca la rabia de las potencias imperialistas, quienes sienten el impacto sobre el crecimiento de sus economías. Al unísono, la mayoría de la izquierda “socialista” internacionalmente ha virado ahora 180 grados para condenar las políticas de China o simplemente guarda silencio acerca del tema. Pero esta situación es muy incómoda para la mayoría de los falsos socialistas del mundo dado que el PCCh está implementando lo que ellos han estado impulsando por más de dos años y medio: confinamientos severos y largos hasta que los casos se reduzcan a cero.

Desde abril de 2021, la LCI ha argumentado claramente por qué debe el proletariado de los países capitalistas oponerse a los confinamientos, cómo sus intereses chocan a cada paso con el dominio de clase de la burguesía y por qué la respuesta capitalista a la pandemia está contrapuesta a cualquier lucha progresista de la clase obrera para mejorar sus condiciones (ver “¡Abajo los confinamientos!”, página 5). Ahora aplicamos el mismo enfoque básico a China. El principal argumento que se ha usado para apoyar los confinamientos chinos, incluso dentro de nuestra organización, es que, dado que China no es un estado capitalista, sus confinamientos tienen un carácter más progresista que los de los capitalistas. Es cierto que el núcleo colectivizado de la economía permite que China enfrente la amenaza de la Covid-19 movilizando recursos a una escala que no es posible en los países capitalistas. Sin embargo, estos recursos no se movilizan según los intereses de la clase obrera, sino según los intereses de la casta burocrática privilegiada que ha gobernado la República Popular China (RPCh) desde su fundación. Esta burocracia tiene fundamentalmente la misma naturaleza que la que gobernó la Unión Soviética desde 1924 y que León Trotsky analizó de la mejor manera. Trotsky explicó:

“La burocracia no es una clase dominante. Pero el desarrollo ulterior del régimen burocrático puede llevar, no orgánicamente, por degeneración, sino a través de la contrarrevolución, al surgimiento de una nueva clase dominante. Llamamos centrista al aparato estalinista precisamente porque cumple un rol dual: hoy, cuando ya no hay una dirección marxista, y ninguna perspectiva inmediata de que surja, defiende con sus propios métodos a la dictadura proletaria; pero estos métodos facilitan el futuro triunfo del enemigo. Quien no entiende este rol dual que juega el estalinismo en la URSS no entiende nada”.

—"La naturaleza de clase del estado soviético” (octubre de 1933)

Las raíces sociales de la burocracia yacen en el atraso y la pobreza material de un estado obrero aislado. Ya que el desarrollo de las fuerzas productivas es demasiado bajo para satisfacer las necesidades de todos, la burocracia deriva su poder de su papel como árbitro de la escasez, que decide quién tiene y a quién le falta. Al contrario de una clase capitalista dominante, cuyo poder se basa en el hecho de ser propietaria de los medios de producción, la burocracia existe como un parásito sobre las formas colectivizadas de propiedad, lo cual hace que su dominio sea inestable y frágil. Está atrapada entre dos fuerzas poderosas: el gigantesco proletariado chino, que es necesariamente hostil a los privilegios de la camarilla gobernante, y el imperialismo mundial, cuya meta es el derrocamiento final de las conquistas de la Revolución de 1949 (y el derrocamiento del PCCh mismo) con el propósito de saquear China.

Para mantener su posición privilegiada, la burocracia se ve obligada a equilibrar contradicciones insostenibles. Por un lado, defiende la propiedad estatal solamente “por miedo al proletariado” (Trotsky). Por el otro, trata de apaciguar al imperialismo mundial a través de concesiones, en busca de una ilusoria “coexistencia pacífica”. La meta primordial de la burocracia es siempre navegar estas contradicciones con el propósito de mantener su posición de privilegio, una tarea que se vuelve particularmente difícil en tiempos de crisis social aguda como la pandemia.

El enfoque trotskista hacia la pandemia en China empieza con la defensa incondicional de las formas colectivizadas de propiedad contra las amenazas contrarrevolucionarias internas y externas. También se basa en el entendimiento de que el dominio de la burocracia del PCCh, al suprimir al proletariado, fomentar las desigualdades y rechazar la revolución internacional, alimenta las amenazas sociales, económicas, militares y políticas al estado obrero. Cuando una crisis surge del terreno fértil arado por la burocracia, el PCCh responde con sus métodos cortos de miras y brutales, que a la vez siembran las semillas de la siguiente crisis. Por ende, la defensa trotskista del estado obrero —sea durante una pandemia, en tiempos de guerra o en cualquier otra crisis— no se basa en apoyar las políticas de la burocracia sino en la lucha por derrocar a la antisocialista camarilla burocrática del PCCh a través de una revolución política proletaria, y remplazar su dominio con consejos obreros dirigidos por un partido revolucionario auténticamente leninista. Tal perspectiva es obviamente irreconciliable con el apoyo a las insensatas y antiproletarias políticas “dinámicas de cero Covid” del PCCh.

Las causas sociales de la pandemia

La crisis social en China desencadenada por la Covid-19 tiene sus raíces en la escasez general, la opresión y la barbarie provocadas por el imperialismo mundial en decadencia y, como en todos los demás países, toma su fisionomía nacional particular de las condiciones sociales y económicas locales. Antes de aclamar los “esfuerzos hercúleos” de Beijing en respuesta al brote de la Covid-19, quienes se consideran socialistas podrían reflexionar sobre las condiciones sociales que originaron la crisis actual. Las condiciones sociales y de vida en China han mejorado enormemente en las últimas décadas, lo cual fue posible gracias a las conquistas de la Revolución de 1949. Pero el dominio de la burocracia ha significado que el crecimiento de la productividad y de la riqueza ha sido canalizado desproporcionadamente a sus propias manos y las de una clase capitalista nacional en ascenso. Esto limita y socava el progreso social y ha pavimentado el camino para la crisis actual.

La burocracia ha argumentado explícitamente desde el inicio que los confinamientos son la única opción dadas las pobres condiciones del sistema de salud. Por décadas, la RPCh tuvo servicio de salud universal gratuito bajo condiciones de “miseria socializada”. Pero las reformas de mercado llevadas a cabo por sucesivas direcciones del PCCh durante décadas han privatizado y privado de recursos al sistema de salud. Si bien la burocracia afirma que 95 por ciento de los ciudadanos chinos tiene cobertura de seguro médico, esto es un engaño: para cientos de millones de obreros y campesinos chinos consultar a un médico o recibir tratamiento médico básico es una pesadilla muy cara, si no es que simplemente imposible. Los diferentes esquemas de seguros normalmente sólo cubren una fracción de los costos, y es común que las familias tengan que gastar los ahorros acumulados durante toda la vida para un tratamiento.

En el campo, muchas regiones ni siquiera tienen infraestructura médica básica, y el odiado sistema de registro familiar hukou significa que la vasta mayoría de los obreros migrantes en las ciudades apenas recibe escaso tratamiento donde trabaja, si es que lo recibe en absoluto. China tiene una cifra muy reducida de médicos (en 2017, 2 por cada mil personas, comparado con 2.6 en EE.UU. y 4.9 en la Unión Europea [UE]); un número bajo de enfermeros (2.7 por cada mil, comparado con 15.7 en EE.UU. y 9.1 en la UE); así como un número bajo de camas de cuidados intensivos (3.6 por cada 100 mil, comparado con 25.8 en EE.UU. y 11.5 en la UE). En 2019, China gastó 535 dólares per cápita en servicios de salud, comparado con casi 12 mil en EE.UU. y 3 mil 500 en Europa.

La escasez de recursos médicos significa que el sistema de salud está plagado de corrupción y agiotaje. Para compensar la escasez de verdaderos servicios médicos, especialmente en las regiones rurales, la burocracia promueve abiertamente la medicina tradicional. En el país del “socialismo con características chinas”, se reserva el tratamiento médico adecuado para aquellos capitalistas y burócratas privilegiados que lo pueden pagar, mientras los pobres simplemente mueren a menudo de enfermedades tratables.

Habiendo devastado el sistema de salud, las reformas de mercado también privatizaron la propiedad inmobiliaria en las ciudades, la cual está bajo el control de empresas parasitarias cuyo único propósito es especular, como se ejemplificó con la ruina reciente de Evergrande Group. Para muchos trabajadores urbanos la vivienda es tremendamente cara, lo que los lleva a vivir hacinados y en condiciones insalubres, lo que necesariamente alimenta la propagación de la Covid-19 y otras enfermedades.

El otro factor que lleva a la propagación de la Covid-19 y que, en general, afecta la salud de los obreros es el lugar de trabajo. Al centro de las reformas de mercado han estado la apertura de China a la inversión extranjera y el desarrollo consciente, fomentado por el PCCh, de una clase capitalista nacional. Una de las principales consecuencias de esta política ha sido que cientos de millones de campesinos han pasado al proletariado. Aunque es un acontecimiento históricamente progresista, estos obreros conforman una fuente vasta de mano de obra barata para empresas capitalistas.

Las condiciones de trabajo brutales están muy extendidas en China —como se puede notar en el despiadado sistema “996” de semanas de trabajo de 72 horas—, y el ascenso sin precedente del país se alimenta de la superexplotación de los obreros. Las empresas estatales no se salvan de las duras condiciones. Muchos lugares de trabajo operan bajo un sistema laboral cuasimilitar —aprobado y ejecutado por los sindicatos controlados por el PCCh y los comités del partido en las empresas— bajo el cual, huelga decirlo, los obreros no tienen ni voz ni voto en las decisiones sobre salud y seguridad ni sobre sus condiciones generales de trabajo. El desempleo y la falta de vivienda son plagas comunes en la República Popular. La contaminación del aire causada por la mala gestión burocrática y el pillaje capitalista irrestricto se ha convertido en un problema tan importante en las grandes ciudades que las enfermedades respiratorias ocurren mucho más frecuentemente que en la mayoría de los países, lo cual ubica a grandes sectores de la población en mayor riesgo por complicaciones de Covid-19.

Éste es el polvorín que se encendió con el brote de la Covid-19. En cuanto a los orígenes de la Covid misma, sigue habiendo una disputa acalorada sobre el tema. La burocracia insiste en que la teoría de una “fuga de laboratorio” es pura mentira y una teoría de la conspiración. El Grupo Internacionalista (GI), haciendo de abogado del PCCh, ha escrito un largo artículo en contra de esta teoría y da a entender que plantear alguna duda sobre la narrativa de la burocracia significa atacar a China (“U.S. Big Lie Over Wuhan Is War Propaganda” [La gran mentira estadounidense sobre Wuhan es propaganda de guerra], internationalist.org, diciembre de 2021). No hay consenso científico acerca de los orígenes de la Covid-19. Sin embargo, incluso si aceptamos la versión preferida del GI y el PCCh de que se originó en el mercado alimentario de animales silvestres de Wuhan —lo cual es lo más probable—, ¡sigue siendo igual de incriminatorio para la burocracia! La falta de higiene y control, así como la incorporación de animales silvestres en áreas urbanas muy densamente pobladas, ya han conducido a brotes en el pasado, como en 2002 con el SARS. La aparición de la Covid-19 no fue “obra de dios”, sino que era totalmente prevenible, empezando con tomar medidas enérgicas en contra de que los mercados de animales silvestres vendan murciélagos vivos en grandes centros urbanos.

La perspectiva falsa promovida por el PCCh y sus apologistas es que sus confinamientos y políticas son la mejor y la única solución para enfrentar la pandemia. La verdad es que la actual crisis económica, social y sanitaria es, de hecho, en gran medida el resultado de las políticas de la burocracia.

Cómo lidiar con las causas sociales de la pandemia

La medida más inmediata para lidiar con las causas sociales subyacentes de la crisis es reducir radicalmente las desigualdades dentro de China y redistribuir los recursos para mejorar las condiciones de vida. Por ejemplo, liquidar a la clase capitalista y confiscar la riqueza de la burocracia podría financiar enormes mejoras en el sistema de salud, particularmente en las regiones rurales, con la meta a corto plazo de proporcionar servicios de salud gratuitos de la mejor calidad posible sobre una base igualitaria. Las condiciones de vida se podrían mejorar con la redistribución inmediata de viviendas según las necesidades sociales, privilegiando a los obreros en vez de a los burócratas bien conectados. Para que haya lugares de trabajo seguros, los obreros deben controlar la salud y la seguridad laboral. Pero todas estas medidas elementales y esenciales chocan directamente con la burocracia. Esto no es sólo porque significan un repudio abierto a décadas de políticas desacreditadas. Más fundamentalmente, van directamente en contra de los intereses de la burocracia, cuya existencia misma se basa en asegurar ventajas materiales para sí misma a expensas de la clase obrera y el campesinado. Además, muchos burócratas individuales son parientes de capitalistas o son capitalistas ellos mismos.

Si bien la redistribución de los recursos existentes puede proporcionar alivio inmediato, la única solución para que China escape de su atraso material es la extensión internacional de la revolución socialista, especialmente a los países imperialistas. La transición al socialismo sólo se puede asegurar mediante una economía planificada internacional, en la que la amenaza del imperialismo se haya eliminado y el desarrollo se base en el nivel más alto de tecnología y productividad del trabajo, lo cual es hoy el monopolio de los países imperialistas más poderosos. Tal perspectiva sólo se puede conseguir a través de la movilización revolucionaria del proletariado en China e internacionalmente, una perspectiva antitética a la burocracia estalinista porque liberaría fuerzas que llevarían al derrocamiento de esta casta privilegiada. Es por esto que el sello distintivo del estalinismo siempre ha sido el programa de construir el “socialismo en un solo país”, que va de la mano del dogma de que “China no exporta la revolución”.

Este programa antimarxista es un reflejo de la posición y los intereses de la burocracia y fue explícitamente concebido para apaciguar al imperialismo. Limitar la construcción socialista a determinadas fronteras nacionales es una promesa a las potencias imperialistas de que el estado obrero no será una amenaza para el orden capitalista internacional. Este programa ha llevado a la estrangulación de revoluciones en China (1927), Alemania (1933), Francia (1936 y 1968), España (1937), Indonesia (1965) y otros países. Pero como explicó Trotsky con respecto a la URSS:

“Para la burguesía, tanto fascista como democrática, las hazañas contrarrevolucionarias de Stalin no son suficientes; necesita una contrarrevolución total en las relaciones de propiedad y la apertura del mercado ruso. Mientras éste no sea el caso, la burguesía considera hostil al estado soviético. Y tiene toda la razón”.

—“¿Ni un estado obrero ni un estado burgués?” (1937)

Esto aplica perfectamente a China y se encuentra al centro de la renovada campaña imperialista dirigida por EE.UU. contra la RPCh. Por muy “fiable” y “moderada” que se presente la burocracia del PCCh, por mucho que reprima a la clase obrera china, a los ojos de la burguesía internacional siempre estará manchada con la marca de la revolución social. Lejos de asegurar las conquistas de la Revolución China, el PCCh rechaza la única manera de verdaderamente garantizar la defensa de éstas: la extensión internacional de la revolución. Esta piedra angular básica del trotskismo fue demostrada decisivamente por la negativa con la contrarrevolución capitalista que destruyó a la Unión Soviética en 1991-1992. Similarmente, en China, el gobierno burocrático del PCCh será barrido y remplazado por una dirección revolucionaria o la contrarrevolución traerá otro “siglo de humillación”.

La respuesta del PCCh

El PCCh y sus apologistas alaban la perspectiva “dinámica de cero Covid” china. He aquí uno de los incontables ejemplos que se pueden encontrar en la prensa del PCCh:

“Wang Wenbin, vocero del Ministerio de Asuntos Exteriores de China, dijo en la habitual conferencia de prensa de los viernes que la razón por la que China adoptó el enfoque dinámico de cero Covid es que ‘ponemos las vidas y la salud de mil 400 millones de personas antes que cualquier otra cosa. Es un testimonio de la filosofía de gobernanza del PCCh y del gobierno chino, la cual es dar prioridad absoluta a proteger a nuestra gente y sus vidas’”.

Global Times, 19 de junio de 2022

Los criterios que usa el PCCh para regodearse con el “éxito” del partido son la baja tasa de mortalidad, la supresión del virus dentro de las fronteras de China y el crecimiento económico continuo. Si el enfoque entero de uno se basa en marcar esas casillas, entonces el PCCh ciertamente ha hecho un muy buen trabajo.

Pero no es así como los revolucionarios evalúan los éxitos y los fracasos de un estado obrero. En respuesta a la burocracia estalinista que presumía la industrialización de la URSS y la liquidación exitosa de los kulaks (campesinos ricos), Trotsky explicó:

“No hay otro gobierno en el mundo que a tal grado tenga en sus manos el destino del país. Los éxitos y los fracasos de un capitalista dependen, aunque no enteramente, de sus cualidades personales. Mutatis mutandis [es decir, salvando las diferencias], el gobierno soviético se ha puesto, respecto al conjunto de la economía, en la situación del capitalista respecto a una empresa aislada. La centralización de la economía hace del poder un factor de enorme importancia. Justamente por esto, la política del gobierno no debe ser juzgada por balances sumarios, por las cifras desnudas de la estadística, sino de acuerdo con el papel específico de la previsión consciente y de la dirección planificada en la obtención de los resultados” (nuestro énfasis).

La revolución traicionada (1936)

Si se sopesa en la balanza “de la previsión consciente y de la dirección planificada”, la respuesta del PCCh a la pandemia es un fracaso a todo nivel. Como se explicó antes, las políticas de los sucesivos regímenes del PCCh han aumentado enormemente el riesgo de que un nuevo virus peligroso emerja, de que se propague rápidamente hasta niveles de epidemia y de que el sistema de salud colapse. En cuanto a su respuesta desde la aparición del virus, las acciones del PCCh han exacerbado la crisis a cada paso.

Su reacción inmediata al brote de Covid-19 en Wuhan, como se reconoció ampliamente (incluso en el artículo pro PCCh de Workers Vanguard), fue de encubrimientos, negaciones y represión contra quienes dieron la alerta1. Cuando se hizo evidente que el virus estaba desencadenando una crisis social grave, que los hospitales en Wuhan estaban desbordados y el descontento popular iba en ascenso, el PCCh cambió radicalmente su postura, introdujo medidas draconianas y movilizó cantidades masivas de recursos para suprimir el brote.

Las medidas de la burocracia sí suprimen la propagación del virus (por un tiempo). Pero son impulsadas no por algún compromiso moral para “salvar al pueblo” sino por la necesidad de suprimir las contradicciones sociales puestas en relieve y exacerbadas por el virus. La Covid-19 planteó de manera candente las necesidades sociales y económicas del proletariado: mejores servicios médicos, viviendas y condiciones de trabajo. Pero estas necesidades chocaron contra la realidad de China, un estado obrero aislado plagado de escasez, burocratismo, desigualdad y un régimen político parasitario.

Lo que se planteaba para la clase obrera era vincular la lucha inmediata contra la amenaza representada por la Covid-19 con la lucha para resolver las condiciones sociales a la raíz de la crisis. Para la burocracia, lo que se planteaba era contener el brote para mantener la estabilidad social, asegurar el control político del PCCh sobre la respuesta a la Covid-19 y, principalmente, aplastar toda aspiración social de la clase obrera que pudiera poner en entredicho su dominio. Éstas fueron y siguen siendo las consideraciones políticas que guían la respuesta de la burocracia a los brotes de Covid-19. El único elemento nuevo es que ahora que está fuertemente comprometida con la política “dinámica de cero Covid”, la cual comprueba la “superioridad” y la “omnisciencia” del PCCh dirigido por Xi Jinping, no hay vuelta atrás sin un desprestigio sustancial del régimen. Dicho eso, a medida que se apilan las consecuencias desastrosas de su política, la burocracia bien podría verse obligada a dar media vuelta, como es típico en los zigzagueos estalinistas.

El PCCh afirma que sus políticas se ponen en práctica para proteger al pueblo. Pero, ¿por qué entonces está el pueblo forzosamente encerrado en sus hogares contra su voluntad, sujeto a la vigilancia de drones, robots y comités vecinales? ¿Por qué, cuando el pueblo tiene críticas, quejas o sugerencias, es sujeto a censura completa y a veces encarcelación? ¿Es por el pueblo que se encierra a los obreros en las fábricas y no se les permite ir a sus casas? Si se supone que la política “dinámica de cero Covid” es “por el pueblo”, ¿por qué se implementa en contra del pueblo?

La respuesta es sencilla: la existencia entera de la burocracia del PCCh se basa en la opresión del pueblo. Su acumulación de privilegios es un robo descarado, un abuso de poder que va en contra de todos los principios socialistas. Dado que su dominio se basa en un control político absoluto del aparato gobernante, cualquier expresión independiente de las necesidades y los intereses de los obreros necesariamente reta la legitimidad de la burocracia estalinista. No puede permitir que los obreros digan lo que piensan porque las primeras palabras que saldrían de sus bocas serían una condena de la desigualdad, la mala gestión burocrática y la represión política. En aras de mantener su posición, la burocracia suprime cualquier indicio de iniciativa, pensamiento crítico o aportación constructiva de las masas de obreros.

El PCCh efectivamente ha tenido éxito en mantener una tasa de mortalidad baja. Pero lo que esconde esta estadística es el verdadero horror causado por las políticas de la burocracia: cientos de millones encerrados en sus hogares semana tras semana sin comida adecuada, medicamentos y otras necesidades básicas; hospitales desbordados negando tratamiento, con el personal médico presionado al límite; encarcelamiento en centros de cuarentena kafkianos, separando familias, incluyendo a niños de sus padres; obreros encadenados a las máquinas y encerrados en las fábricas; desempleo y devastación de pequeñas empresas; censura generalizada y detención de cualquiera que se atreva a cuestionar algo de esto. Y todo ello en nombre de construir el “socialismo con características chinas”, lo cual sólo puede contribuir a desprestigiar el socialismo a los ojos de los obreros y los pobres y ayudar al campo de la contrarrevolución.

La respuesta trotskista

Al contrario de las mentiras del PCCh, es perfectamente posible proteger la salud de la población y defender a la República Popular sin los métodos brutales y antiproletarios impuestos por la burocracia. La lucha contra la Covid-19 es necesariamente una tarea política. El PCCh movilizó a la población detrás del nacionalismo chino y el apoyo a la infalibilidad de Xi Jinping. Para los trotskistas, la lucha contra la Covid-19 inicia bajo la bandera de revoluciones socialistas en los países capitalistas, de la defensa incondicional de China contra la contrarrevolución, y de la revolución política para derrocar a los burócratas estalinistas. Los auténticos comunistas deben luchar por lo siguiente en China:

¡Abajo los confinamientos! ¡Vacunación obligatoria ya! La burocracia del PCCh está perfectamente dispuesta a encerrar a millones durante meses con interminables pruebas masivas, pero ni siquiera toma la medida básica de vacunar a la población entera. Mientras Shanghai estaba bajo un confinamiento brutal durante más de dos meses, 38 por ciento de la población mayor de 60 años no tenía el cuadro completo de vacunación.

¡Por el control obrero de la seguridad laboral y la producción! Los obreros tienen que ser los que decidan qué es seguro y cómo deben funcionar las fábricas, no algún burócrata chupatinta ni un capitalista chupasangre. ¡Por sindicatos libres del control burocrático y comprometidos con la defensa de la propiedad colectivizada!

¡Por una modificación integral de la economía planificada, en interés de los productores y los consumidores! Esto tiene que asegurar que se establezcan servicios de salud y educación gratuitos para todos, así como vivienda de calidad para los trabajadores. ¡Acabar con el sistema hukou!

¡Expropiar a la clase capitalista china! Estas sanguijuelas son los embriones de la contrarrevolución capitalista, incubados por la burocracia del PCCh. ¡Acabar con la política de “un país, dos sistemas” mediante la expropiación de los magnates de Hong Kong!

¡Proletarios de todos los países, uníos! El aliado de la clase obrera china es el proletariado internacional, crucialmente en los centros imperialistas de EE.UU., Alemania y Japón. La reaccionaria política internacional de la burocracia, de conciliación y capitulación a los imperialistas, debe ser remplazada por la política del internacionalismo proletario. Publicar la correspondencia diplomática completa de Beijing: ¡Abajo la diplomacia secreta!

¡Derrocar a la burocracia estalinista! ¡Por un partido leninista igualitario, parte de una IV Internacional reforjada! El camino hacia delante para los obreros y los campesinos chinos es el de Lenin y Trotsky, no el de Mao o Stalin. ¡Esto significa la democracia soviética y el internacionalismo revolucionario siguiendo el modelo de la gran Revolución de Octubre de 1917!


1. Esperamos con ansias el artículo que promete el GI en su escrito de diciembre de 2021 sobre la “fuga de laboratorio”, que aparentemente va a exponer “la Gran Mentira” de que “Beijing al inicio supuestamente intentó esconder, encubrir errores y reprimir información acerca de la pandemia”.